
En el peronismo bonaerense ya ni siquiera simulan tener un proyecto com煤n. Lo que antes se resolv铆a puertas adentro, ahora se convierte en una guerra abierta, sin c贸digos y con declaraciones m谩s propias de un ring de boxeo que de un armado pol铆tico. Mientras el cierre de listas genera roces, gritos y operaciones de cuarta, los protagonistas se encargan de mostrarle al electorado que lo 煤ltimo que les interesa es la gente.
La escena es pat茅tica: intendentes que piden lugares a los gritos, dirigentes intermedios que se creen iluminados y armadores que ya no pueden armar ni una cena familiar sin peleas. La excusa, como siempre, son los lugares en la lista de diputados nacionales. Pero el verdadero conflicto no es ese, sino qui茅n se queda con el control del dispositivo, de los recursos, del sello y, claro, de los micr贸fonos. En esa l贸gica miserable, cada cual se cree el heredero natural de un legado que hace a帽os viene devaluado. Y el papel贸n alcanza su cl铆max cuando ni siquiera pueden acordar una lista sin que vuele todo por los aires.
En paralelo, mientras la rosca bonaerense arde, desde otro rinc贸n del Frente de Todos (o como quieran llamarlo ahora) emerge Juan Grabois con su habitual tono mesi谩nico. Esta vez, el blanco fue Sergio Massa, a quien calific贸 como mentiroso, in煤til y delirante. Nada nuevo, pero s铆 m谩s brutal. Grabois, que construy贸 su figura desde la calle y la moral cristiana, ahora juega con encuestas, mide 鈥渕谩s que Massa鈥 y lanza dardos para capitalizar el vac铆o de liderazgo. El problema es que al otro lado no hay santos, sino lobos. Y la respuesta no se hizo esperar: Sebasti谩n Galmarini, cu帽ado del exministro, le devolvi贸 con la misma moneda, acus谩ndolo de ser funcional a Milei y de no cortar ni una vereda.
El espect谩culo es deprimente. No hay debate ideol贸gico, no hay propuestas, no hay discusi贸n sobre c贸mo enfrentar la crisis o reconstruir el v铆nculo con una sociedad que los mira, en el mejor de los casos, con hast铆o. Solo hay egos, micr贸fonos y una danza de vanidades donde todos se creen imprescindibles. Mientras tanto, las bases no saben si re铆r o llorar. Los votantes ven c贸mo los supuestos representantes del campo popular se tratan como perros rabiosos, como si no alcanzara con la decadencia econ贸mica para alejar al pueblo de la pol铆tica.
Lo m谩s grave no es que se insulten: lo m谩s grave es que ya no les importa que los escuchen. El peronismo se volvi贸 un espejo roto donde cada pedazo refleja un caudillo distinto. Y lo que queda es eso: una fuerza deshilachada, sin br煤jula, que se consume en su propia soberbia. Todo esto ocurre con el calendario apretando: elecciones legislativas a la vuelta de la esquina y la 煤nica estrategia visible parece ser gritar m谩s fuerte que el otro.
El PJ bonaerense, que alguna vez supo ser columna vertebral del poder, hoy es un campo minado por traiciones, facturas cruzadas y operaciones de segunda. Y si lo que buscan es entusiasmar al electorado, lo est谩n haciendo al rev茅s. En lugar de unidad, exhiben circo. En vez de liderazgo, ruido. Y en lugar de pol铆tica, un teatro berreta donde cada actor act煤a solo para su peque帽o p煤blico. Un sainete que no divierte a nadie y que, cada vez m谩s, huele a final anunciado.